Memorias de Transnarf, Rey de los Piratas
PARTE 1
Primavera del 139 d.E. 2ª luna menguante
En algún lugar del Mar de las Sirenas
Es raro que un osgo ocupe un puesto en la sociedad fuera de las fronteras de mi raza. Eso puede ser debido a que mis congéneres son bestiales y tienen costumbres tribales. No es raro, pues la raza animal más parecida a la nuestra son los osos, con los que compartimos algo más que el pelaje corporal y unos afilados caninos. Además, cazamos humanoides, los cocinamos y nos los comemos como si se tratara de un auténtico manjar; no tenemos magos, sino chamanes que leen las estrellas y manejan piedras rúnicas; la mayoría de los míos no saben ni leer ni escribir ningún idioma, ni se han planteado aprenderlos, pues no lo necesitan. Es por eso que entre los de mi raza y el resto del mundo apenas hay entendimiento, a excepción de algunos simples acuerdos comerciales. No obstante me resulta irónico, sobre todo en la noche de hoy, decir que la sociedad de los míos se parece bastante a la sociedad de los minotauros.
Mi caso es absolutamente contrario o al menos eso espero. Nací en el 97 después de Enker en la 3ª luna nueva de Verano, creo, con las estrellas de la Diosa del Mar observando mi alumbramiento desde la nocturna oscuridad, iluminada por esa constelación en forma de dos olas. Cualquiera podría decir que esto era un presagio, pero yo no pienso de esa manera: he visto suficientes alumbramientos en esas fechas y conocido gente nacida en la misma 3º luna nueva y sinceramente, dudo que todos ellos tengan el mismo destino que el mio. El caso es que siempre tuve otras inquietudes. Mi clan pertenece (o pertenecía, pues a decir verdad desconozco si sigue existiendo) a la zona de Tierraquemada, supuesta nación tribal formada por muchísimas razas humanoides continuamente en guerra, al norte del Antiguo Continente. Sito entre dos cordilleras conocidas como “Las Cadenas del Esclavo”, lugar rodeado de árboles de hoja caduca. El clima era bastante benigno a pesar de estar tan cerca de la parte norte del mundo, en donde el calor asfixiante, las lluvias torrenciales y las selvas abundan. En “Las Cadenas del Esclavo” convivían no muy pacíficamente tres o cuatro tribus de osgos y otras tantas de orcos. El estilo de vida estaba marcado por el robo, los asaltos de caravanas en caminos y la fabricación y venta de lanzas y flechas de madera. Pero en mi Clan no había libros. Bueno, en realidad sí, no quiero ser falso conmigo mismo ahora que estoy registrando estos datos. Creo recordar que se llamaba Thralpen o algo parecido. Era el chamán de mi clan, que sí conocía dos idiomas y además los leía y escribía. Sin ningún interés en sus sagradas artes mágicas por mi parte, aprendí a leer y a escribir mientras mis mayores me enseñaban las tácticas para asaltar las caravanas de viajeros en los caminos, y a colocar trampas para incautos aventureros o cazadores que se alejaban demasiado de sus ciudades. Tampoco me interesó aprender el uso del hacha pequeña, arma a mi parecer demasiado basta y peligrosa para el propio guerrero, a la par que poco elegante. Aunque opino lo mismo de la ballesta (arma que detesto en la actualidad), me llamó más la atención. Estoy dispuesto a afirmar que fue más por el arte de fabricar los rígidos virotes que por su uso en sí, totalmente al alcance de cualquiera que tuviera una mano.
Si hay algo bueno que tenemos los osgos es que maduramos mucho más deprisa que los elfos y un poco más rápido que los humanos. Tal vez se deba a la necesidad imperiosa de supervivencia sin padres que protejan a las crías más tiempo del necesario de la violencia del mundo salvaje. No hay apego familiar a partir de cierta edad, no existen esas raíces profundas y marcadas de otras razas. Afirmaría sin dudas que por eso mis progenitores, de los que no recuerdo el nombre, me vendieran como bestia de guerra a mis recién cumplidos diez años de edad. Los compradores fueron unos mercenarios que partían hacia el Nuevo Continente. Tengo que recalcar que, como bien he dicho antes, un osgo es casi mayor de edad con esos años y está casi desarrollado por completo. Por lo menos ese era mi caso concreto. No sabía luchar, ni era tan alto como los humanos y humanas que viajaban en ese grupo, pero tenía la fuerza bruta de un “oso de pelaje marrón”, como dijeron mis padres y sabía manejar la ballesta con la que me vendieron. Además sabía leer y escribir (aunque muy torpemente en ese momento) el idioma de esos humanos en concreto. Y eso fue una gran ventaja a la larga. No se me olvide dejar constancia en estas hojas de pergamino que, a pesar de lo que pueda parecer en un primer momento, he de agradecer a mis padres esa transacción que hicieron. A ellos les permitiría vivir medio año más, pero a mi me convirtió en uno de los osgos más famosos de los dos continentes y, sobre todo, del Mar de las Sirenas.
Continuará.
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